2.010 - 2.016
Los emblemas son la única filosofía posible en la enfermedad. No sólo porque la vida, como dice el tópico, es breve. Se escribe breve porque la vida no es sino breve enfermedad. Se escribe breve debido a la constante opresión del secuestro clínico. Se escribe breve contra la connivencia de la sociedad entera con las autoridades clínicas. Sociedad que salvaguarda su buena conciencia saturando al estigmatizado enfermo con un negocio interminable…
¿Es posible que yo sea bípeda? Si he llegado hasta aquí no ha sido, ciertamente, para empezar otra vez la casa por el tejado. Decido ser animal lánguido y esbozar la perspectiva histórica de rigor.
La publicación de Emblematum libellus, de Alciato, sucedió en Milán, en 1.531. El emblema es exacta expresión de la visión poética renacentista, del mundo que busca significados ocultos en todas las cosas. Este triunfo del hermetismo implica un considerable rechazo de la fisicidad aristotélica. Se inscribe en una larga tradición de precedentes: las colecciones grecorromanas de adagios y epigramas, la heráldica, las medallas conmemorativas, etc.; el surgimiento de la emblemática renacentista supone una compleja red de relaciones crípticas. Los jeroglíficos egipcios son el punto de partida.
Consecuentemente, una gran multiplicidad de sentidos conforman su filosofía. Además de la consabida exégesis cristiana medieval, los humanistas de la época subrayan la configuración espacial de las artes de la memoria (tradición mnemónica que se sirve de los lugares...)
Esta imitación de la sabiduría del mundo antiguo a través de la creación de un lenguaje ideográfico, enigmáticamente asociado, por la profundidad y la calidad de la forma lo más oscura posible, a un recuerdo admirativo de los por entonces incomprensibles jeroglíficos egipcios, felizmente coincide con la reciente invención de la imprenta.
Forma canónica del emblema de Alciato: A.-Lema, mote o frase sintética, en latín o en griego. B.- Grabado o cuadro. C.- Epigrama en latín que explica el grabado, y lleva implícita una moralidad aplicable a la vida del ser humano.
El perspectivismo crítico focaliza una parte u otra del emblema. Pero el emblema pertenece a la invención poética. Es género literario desde su origen, aunque no desestime el valor de la pintura. No, sin embargo, a la habitual interpretación sinestésica de Horacio, ut pictura poesis, es decir, a la identificación de la palabra y el objeto visual que suscribe.
En el emblema, pues, choque, catástrofe y suma de sentidos. Entre pincel y pluma no hay identidad sino tribu de accidentes. Paso irónico entre lo estático y espacial (pintura), y lo temporal y dinámico (escritura).
Los emblemas constituyen un código gráfico-literario imprescindible para la interpretación de las piezas históricas. Vehículo excelente para acercarse a la mentalidad de la época. Y más allá de la época originaria (Renacimiento), nos obsequian con espléndidos viajes en el tiempo. Los lienzos de Brueghel, Velázquez, Goya contienen claves emblemáticas. Nos sorprenden con un misterio que está lejos de la fuente realista y encuentra explicación en los emblemas de Alciato. Los surrealistas conectaron con este sentido hermético y arbitrario que hay con frecuencia en la emblemática.
Los dibujantes llaman espacio negativo al papel blanco libre que el dibujo desocupa. Silencioso y fértil vacío de la imaginación. En él, texto y dibujo continúan avanzando. Porque la poesía habita siempre en la concreción de los seres y de las cosas. Lo abstracto y lo genérico le repugnan. Su esencia, sin embargo, es universal.
Mis emblemas suelen ser educados y muy corteses ataques de cólera de muy difícil explicación. Por ejemplo: me estremecen las palabras agrias. ¿Cómo es posible que tamaña polución haya podido adentrarse en mi impoluto espacio (tiempo) de positividad? Que sea mi única negación apartar la mirada, diría Nietzsche. En el silencio se mata más y mejor: olímpicamente. Esto es el blanco del papel: silencio olímpico.